Konrád tenía
un refugio adonde su amigo no podía seguirle: la música. Era como si tuviera un
lugar secreto, solo para él, donde nadie en el mundo pudiera alcanzarlo. La música le decía algo que los demás no
podían comprender. (…) En esos momentos se olvidaba por completo de dónde
estaba, sus ojos sonreían, miraba al vacío, no veía nada de lo que lo rodeaba
(…) Escuchaba la música con todo su cuerpo, con una atención parecida a la que
presta un condenado en su celda al ruido de pasos que quizás lleven la noticia
de su salvación. (…) La música rompía en pedazos el mundo a su alrededor,
cambiaba las leyes establecidas de manera artificial durante unos instantes.
Una noche de
verano, mientras Konrád interpretaba en la mansión una pieza a cuatro manos con
la madre del general, sucedió algo. Estaban sentados en el salón, antes de la
cena; el guardia imperial y su hijo escuchaban la música, respetuosos, sentados
en un rincón, con atención y paciencia (…) La madre ejecutaba la pieza con pasión:
tocaban la Polonesa- Fantasía de
Chopin. Era como si todo se hubiera revuelto en el salón. El padre y el hijo
sentían, sentados en sus sillones (…) que en los dos cuerpos, en el cuerpo de
Konrád y en el de la madre, estaba sucediendo algo. Era como si la rebeldía de
la música hubiese elevado los muebles, como si una fuerza invisible hubiera
movido las pesadas cortinas desde el otro lado de las ventanas; era como si
todo lo que había sido enterrado en los corazones humanos, todo lo corrompido y
descompuesto reviviera, como si en el corazón de cada uno se escondiese un
ritmo mortal que empezara a latir en un momento dado de la vida con una fuerza
inexorable. Los oyentes disciplinados comprendieron que la música podía ser
peligrosa (…) La Polonesa- Fantasía
era tan solo un pretexto para desatar en el mundo unas fuerzas que todo lo
mueven, que lo hacen estallar todo, todo lo que la disciplina y el orden
humanos intentan ocultar.
Sándor Márai, El último encuentro (otras citas, en la Luna).
Gracias por invitarme a jugar a tu refugio, Sinhué. ¿Cómo se oye Chopin desde la 6, Carmela?...