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jueves, 30 de enero de 2020


Aquí, allá,
nos cubre un mismo cielo
Rojo anhelo susurra el aire.

Miles Davis - I Fall in Love Too Easily

martes, 10 de enero de 2017

Cierro los ojos y vuelvo a esa mesa mágica...

Cierro los ojos y vuelvo a la mesa mágica, a esa mesa número siete, a ese lugar de ensueño donde dejarse ir entre notas de blues por hermoso paisajes sonoros…navegar entre olas espumosas, tocar la guitarra bajo la sombra de un frondoso árbol…sentir esa conexión mágica que en palabras sería inexplicable. Pasar la tardenoche entre blues, copas,  palabras, silencios de a rato buceando en nuestros propios yo, sintiendo que la soledad de cada uno  se aparca por un rato  y al amanecer, cansada pero feliz, despedirnos hasta otra tarde de blues, de encuentro y de notas celestes transitando nuestro universo.
Echo de menos esas tardes, esos blues, a Betina y a vos.

martes, 6 de diciembre de 2016

...


Ultimo "algo más" del año, dedicado a las dueñas del lugar... 
J.L.

viernes, 17 de abril de 2015

Los músicos

Andando y andando en sus carromato, los músicos viajaron desde la Luna hasta el refugio de Sinuhé...



Cada uno abandonó su casa hace mucho tiempo. Sin anunciarlo, sin despedirse de nadie, una noche tomaron sus instrumentos y se fueron.
Cada uno caminó largas horas bajo la luna, por un sendero de tierra.
Ninguno sabía adónde se dirigía, pero todos sabían que iban por el camino correcto. 
Finalmente se encontraron, en una encrucijada. Allí los esperaba el carromato, y el cochero de galera, y el caballo  color café con pintas blancas. Entonces los hombres treparon al carro.
Y comenzó el viaje.
Los músicos tocaban sus instrumentos en el carromato, siempre en movimiento. No se detenían en ningún pueblo, en ninguna ciudad. Nadie los veía, pero todos sabían cuándo estaban cerca: el anciano oía las nanas que su madre le cantaba de niño; los niños escuchaban melodías alegres, que bailaban en ronda o batiendo palmas; las mujeres oían un sonido parecido a su propia voz; los hombres oían la canción del océano. Había algunas personas, pocas, que no oían ninguna música. Solo oían el traquetear de las ruedas del carromato por los caminos de tierra, y el ruido de las piedras que golpeaban contra las ruedas. Entonces protestaban durante todo un día, hasta que el ruido de sus voces lograba sofocar el ruido del carro de los músicos, que seguía su viaje hacia otro pueblo.

Los músicos nunca preguntan dónde van, ni si alguna vez terminará el viaje. 

No quieren saberlo.

Texto: Bet Z   Pintura: Malwina de Brade

viernes, 6 de febrero de 2015

Fly me to the moon

Hay canciones que al oírlas por primera vez te hacen un click especial, canciones que te trasladan a momentos especiales y te llegan de una forma muy especial. Eso me pasó con esta canción: “Fly me to the moon” de Diana Krall.
Un momento revivido, el de la fotografía, y un lugar dónde oírla: la mesa nº 6 de la casa de Sinuhé, no podía ser en otro sitio. Un lugar cálido, amigable, con buena compañía: él y Betina, un lugar que cobija la música y a las personas que se acercan, un lugar: su lugar, del que generosamente nos ha hecho cómplices a dos amantes de su compañía y de su casa.
Un abrazo, Sinuhé, y gracias de nuevo.

martes, 27 de enero de 2015

La música puede ser peligrosa


Konrád tenía un refugio adonde su amigo no podía seguirle: la música. Era como si tuviera un lugar secreto, solo para él, donde nadie en el mundo pudiera alcanzarlo.  La música le decía algo que los demás no podían comprender. (…) En esos momentos se olvidaba por completo de dónde estaba, sus ojos sonreían, miraba al vacío, no veía nada de lo que lo rodeaba (…) Escuchaba la música con todo su cuerpo, con una atención parecida a la que presta un condenado en su celda al ruido de pasos que quizás lleven la noticia de su salvación. (…) La música rompía en pedazos el mundo a su alrededor, cambiaba las leyes establecidas de manera artificial durante unos instantes.


Una noche de verano, mientras Konrád interpretaba en la mansión una pieza a cuatro manos con la madre del general, sucedió algo. Estaban sentados en el salón, antes de la cena; el guardia imperial y su hijo escuchaban la música, respetuosos, sentados en un rincón, con atención y paciencia (…) La madre ejecutaba la pieza con pasión: tocaban la Polonesa- Fantasía de Chopin. Era como si todo se hubiera revuelto en el salón. El padre y el hijo sentían, sentados en sus sillones (…) que en los dos cuerpos, en el cuerpo de Konrád y en el de la madre, estaba sucediendo algo. Era como si la rebeldía de la música hubiese elevado los muebles, como si una fuerza invisible hubiera movido las pesadas cortinas desde el otro lado de las ventanas; era como si todo lo que había sido enterrado en los corazones humanos, todo lo corrompido y descompuesto reviviera, como si en el corazón de cada uno se escondiese un ritmo mortal que empezara a latir en un momento dado de la vida con una fuerza inexorable. Los oyentes disciplinados comprendieron que la música podía ser peligrosa (…) La Polonesa- Fantasía era tan solo un pretexto para desatar en el mundo unas fuerzas que todo lo mueven, que lo hacen estallar todo, todo lo que la disciplina y el orden humanos intentan ocultar.

Sándor Márai, El último encuentro (otras citas, en la Luna). 
Gracias por invitarme a jugar a tu refugio, Sinhué. ¿Cómo se oye Chopin desde la 6, Carmela?...