Aquí, allá,
nos cubre un
mismo cielo
Rojo anhelo
susurra el aire.
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Blues, y algo más...
martes, 10 de enero de 2017
Cierro los ojos y vuelvo a esa mesa mágica...
Echo de menos esas tardes, esos
blues, a Betina y a vos.
martes, 6 de diciembre de 2016
viernes, 17 de abril de 2015
Los músicos
Andando y andando en sus carromato, los músicos viajaron desde la Luna hasta el refugio de Sinuhé...
Cada uno abandonó su casa hace mucho tiempo. Sin anunciarlo, sin despedirse de nadie, una noche tomaron sus instrumentos y se fueron.
Cada uno caminó largas horas bajo la luna, por un sendero de tierra.
Ninguno sabía adónde se dirigía, pero todos sabían que iban por el camino correcto.
Finalmente se encontraron, en una encrucijada. Allí los esperaba el carromato, y el cochero de galera, y el caballo color café con pintas blancas. Entonces los hombres treparon al carro.
Finalmente se encontraron, en una encrucijada. Allí los esperaba el carromato, y el cochero de galera, y el caballo color café con pintas blancas. Entonces los hombres treparon al carro.
Y comenzó el viaje.
Los músicos tocaban sus instrumentos en el carromato, siempre en movimiento. No se detenían en ningún pueblo, en ninguna ciudad. Nadie los veía, pero todos sabían cuándo estaban cerca: el anciano oía las nanas que su madre le cantaba de niño; los niños escuchaban melodías alegres, que bailaban en ronda o batiendo palmas; las mujeres oían un sonido parecido a su propia voz; los hombres oían la canción del océano. Había algunas personas, pocas, que no oían ninguna música. Solo oían el traquetear de las ruedas del carromato por los caminos de tierra, y el ruido de las piedras que golpeaban contra las ruedas. Entonces protestaban durante todo un día, hasta que el ruido de sus voces lograba sofocar el ruido del carro de los músicos, que seguía su viaje hacia otro pueblo.
Los músicos nunca preguntan dónde van, ni si alguna vez terminará el viaje.
No quieren saberlo.
Texto: Bet Z Pintura: Malwina de Brade
Los músicos nunca preguntan dónde van, ni si alguna vez terminará el viaje.
No quieren saberlo.
Texto: Bet Z Pintura: Malwina de Brade
jueves, 26 de marzo de 2015
viernes, 6 de febrero de 2015
Fly me to the moon
Hay
canciones que al oírlas por primera vez te hacen un click especial, canciones
que te trasladan a momentos especiales y te llegan de una forma muy especial.
Eso me pasó con esta canción: “Fly me to the moon” de Diana Krall.
Un
momento revivido, el de la fotografía, y un lugar dónde oírla: la mesa nº 6 de
la casa de Sinuhé, no podía ser en otro sitio. Un lugar cálido, amigable, con
buena compañía: él y Betina, un lugar que cobija la música y a las personas que
se acercan, un lugar: su lugar, del que generosamente nos ha hecho cómplices a
dos amantes de su compañía y de su casa.
Un
abrazo, Sinuhé, y gracias de nuevo.
martes, 27 de enero de 2015
La música puede ser peligrosa
Konrád tenía
un refugio adonde su amigo no podía seguirle: la música. Era como si tuviera un
lugar secreto, solo para él, donde nadie en el mundo pudiera alcanzarlo. La música le decía algo que los demás no
podían comprender. (…) En esos momentos se olvidaba por completo de dónde
estaba, sus ojos sonreían, miraba al vacío, no veía nada de lo que lo rodeaba
(…) Escuchaba la música con todo su cuerpo, con una atención parecida a la que
presta un condenado en su celda al ruido de pasos que quizás lleven la noticia
de su salvación. (…) La música rompía en pedazos el mundo a su alrededor,
cambiaba las leyes establecidas de manera artificial durante unos instantes.
Una noche de
verano, mientras Konrád interpretaba en la mansión una pieza a cuatro manos con
la madre del general, sucedió algo. Estaban sentados en el salón, antes de la
cena; el guardia imperial y su hijo escuchaban la música, respetuosos, sentados
en un rincón, con atención y paciencia (…) La madre ejecutaba la pieza con pasión:
tocaban la Polonesa- Fantasía de
Chopin. Era como si todo se hubiera revuelto en el salón. El padre y el hijo
sentían, sentados en sus sillones (…) que en los dos cuerpos, en el cuerpo de
Konrád y en el de la madre, estaba sucediendo algo. Era como si la rebeldía de
la música hubiese elevado los muebles, como si una fuerza invisible hubiera
movido las pesadas cortinas desde el otro lado de las ventanas; era como si
todo lo que había sido enterrado en los corazones humanos, todo lo corrompido y
descompuesto reviviera, como si en el corazón de cada uno se escondiese un
ritmo mortal que empezara a latir en un momento dado de la vida con una fuerza
inexorable. Los oyentes disciplinados comprendieron que la música podía ser
peligrosa (…) La Polonesa- Fantasía
era tan solo un pretexto para desatar en el mundo unas fuerzas que todo lo
mueven, que lo hacen estallar todo, todo lo que la disciplina y el orden
humanos intentan ocultar.
Sándor Márai, El último encuentro (otras citas, en la Luna).
Gracias por invitarme a jugar a tu refugio, Sinhué. ¿Cómo se oye Chopin desde la 6, Carmela?...
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